Raúl Alberto Ceruti
I
Tome usted cualquier palabra del diccionario al que haga referencia. Verá que estará obligado a tomar otra referencia para referirse a ella. Ella referirá entonces a una tercera y una cuarta y así se irán hilvanando las referencias referenciadas, apoyándose unas en las otras, haciéndose mutua y recíproca y condecorada referencia, hasta que cierre usted el diccionario de golpe, o se duerma con el dedo puesto sobre las letras de la última palabra. Entonces sobrevendrá la definición y el poder se instaurará sobre los hombres.
II
- Sepa usted que nadie vino a saludarme entonces.
- Realmente no puedo creer que haya sido así.
- Pues créalo. Ningún referente vino entonces a darme una mano.
- Espeluznante. Nadie. Nadie. ¿Pero qué fue lo que ocurrió?. Dígame
- Fue cuando me quedé solo.
III
Fíjese allá, ¿lo ve?. Ahí donde crecen esos espinos, que se enriedan en la falda de Laruschka, venga dos cuadras más para este lado. Ahí, ahí, no, más para acá. Adonde está mirando ese perro. Extiéndale el brazo al perro. Vea. Así. Después me dobla por la izquierda del sauce viejo y se me viene como quedando alrededor de la lomita, por lo menos 20 metros más. Cuéntelos despacio que si no se pierde. Ahí está. ¿Llegó? ¿Llegó?. Bueno, cuando llegue se dará inmediata cuenta porque yo le estaré hablando esto a los oídos. En ese lugar está usted ahora.
IV
Pocos minutos antes de acostarse, el rey pedía a los miembros de su gabinete que le contaran un cuento para dormir.
Una gran responsabilidad aquejaba a los cuentistas, ya que por la mañana siguiente el rey por lo general ansiaba convertir en realidad los relatos de la noche anterior. Como los miembros del gabinete real llevaban una vida muy cómoda en el estado de cosas vigente y regente, ninguno de ellos ansiaba cambios demasiado abruptos, así que por lo general sus relatos eran tediosos, relajantes y condescendientes.
Así, noche tras noche el rey debía aburrirse con el cuento estático de alguno de sus patricios, acerca de salones, invitaciones, pequeños acertijos palaciegos y tranquilos enigmas de entrecopas... y cada vez se le hacía más difícil conciliar el sueño.
Por el sueño perdido, llamaron a un mago, que pensó tranquilizarlo indicándole que el único peligro que corría era que la burbuja 1204 de su copa de champagne dorada rompiera sobre su nariz.
Como todo rey desea que lo consideren un héroe, y aquel era el único peligro que se cernía sobre el pueblo, ordenó eliminar la burbuja 1204 de todas las copas de champagne al amanecer.
El verdugo recorría entonces las salas de todas las fiestas, encuentros y ágapes y con el silbido apenas perceptible de su espada de cristal, atravesaba las copas de un solo impulso.
Eso fue lo que provocó la revolución.
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