Hay también en la papelería documental de los viejos años de Rosagrís viñetas de manos en ademán de saludo. En alguna de ellas se trata de la despedida a otros que se están marchando en la parte superior del dibujo. En otras se trata de la bienvenida de quienes están llegando en la parte superior del dibujo. En otras se trata de la despedida o bienvenida de quienes están saliendo o llegando en la parte inferior del dibujo. Pero hay algunas, especialmente donde las manos hacen el gesto más amplio, en las que no se aprecia a quién se pudiera estar saludando. En estas se ve a un edil presentar sus respetos a la piedra fundamental de un futuro estadio.
Hay en la cultura material recogida en los estratos más antiguos de Rosagrís, vasijas y cerámicas de personas ejercitando los movimientos propios de la natación. En unas, rodeadas de delfines, peces y sirenas; en otras, rodeadas de tritones, pulpos y algas; en otras, rodeadas de barcos y estrellas de mar. Pero hay algunas, especialmente donde los gestos de la natación están más marcados, en los que no hay dibujado un sólo milímetro de agua. En estas se ve a un prefecto señalando el poder de intromisión de los interventores.
A medida que los signos van perdiendo su sentido, o su significado material, van cobrando una certeza cada vez más jurídica. Los giros más ampulosos, las retóricas más elucubradas, los fastos más solemnes, ocultan un vacío tremendo de sentido y de significado.
Cuando no se firma una carta sino un documento público, no un deseo sino una sentencia, no una petición sino un formulario, no una expresión espontánea sino un término técnico, no un precepto popular sino una profesión de fe, los signos se han momificado, y sólo sobreviven en los Códigos.
Los Códigos, que ya nada comunican, siendo mera imposición. Que ya no comunican y hasta se interponen en los canales comunicativos.
Por eso en Rosagrís sólo se respetan las normas que permitan celebrar un juego. Que permitan celebrar, esperar y concebir el espacio del otro.