A fin de no recordarnos nuestra mortalidad, confinamos a los muertos a un recinto protegido por densas y pesadas paredes.
A fin de no recordarnos nuestro envejecimiento, disponemos de lugares a donde a los viejos una vez sustraídos de sus hogares, los mantengan a distancia.
A fin de no recordarnos nuestras debilidades, ubicamos, clasificamos y establecemos patologías de internación (llamadas curiosamente "hospitalarias" o "resocializadoras").
En fin, que nos da vergüenza no ser perfectos, no sostener la noción de perfección en todos los ámbitos y en todos los tiempos de nuestra vida.Y en su sustitución, nos armamos de estructuras.
Pero ya no existen normas que duren más tiempo que el promedio de vida personal, ni siquiera del promedio de vida de una generación.
Y las instituciones sólo son ropajes, vendas, corazas. Cáscaras para hacernos olvidar que somos seres de tiempo.
La lógica de los sistemas que ahora intenta atravesarlo todo, no acepta "inputs" que no estén perfecta, concreta y exhaustivamente previstos, y a uno solo y prefijado fin o función determinada. El resto es de segunda mano, es "outlet", es "defectuoso". Defectuoso por distinto o por desafiante (casi lo mismo).
Nuestra condición humana es la imperfección. Imperfección que permite abrir abanicos de libertad y de diversidad.
Todo un género cuasifilosófico, cuasimístico, cuasiesotérico de la autoayuda, del perfeccionamiento, de la competencia, nos profundiza al mismo tiempo la soledad y la vergüenza.
El mandato del "yo" nos abandona a un desierto. En el que no hay nada que esperar ni que buscar, sino nuestros propios "espejismos".
Si estamos solos, sí, evidentemente, somos incompletos. Si nos consideramos o pretendemos considerarnos como modelos, somos incompletos.
Únicamente podemos llegar a completarnos con los otros.
Buscar la completitud en una norma, en un mandato o en una institución, no solo nos trae más ocasiones de vergüenza, sino que además nos aleja del abrazo. Y nos hace perder tiempo.
Si no hay eternidad sino sólo en los momentos de cruces de miradas, de silencios compartidos, de trazos en el otro y desde el otro, entonces ni la norma ni la institución son entidades reales, siendo reales sólo los equívocos a que sus potencias descargadas dan lugar sobre los cuerpos.
Entonces, el Derecho no es real. Sólo son ciertos los derechos, como sitios de la espera y movimientos de exploración, indagación, preocupación y aventura.
El verdadero desafío jurídico es alcanzar la identificación de derechos y deseos. No de las expresiones de deseos, sino de los deseos. Despojarnos de la retórica de, por ejemplo, el "derecho a la vida", para reemplazarlo por "el deseo de vivir", reconociendo libertades, no propiedades; reconociendo verbos, no categorías; celebrando luchas, no sometimientos.