El cuento del Principio.
Había una vez un sitio sin comienzo. Un lugar apartado y único. Nada se sabía de él y nada podía saberse. Su historia es sólo el recuento de los intentos que diversas naciones, reinos, imperios y aldeas hicieron para enseñorearse de él.
Cuando alguno pretendía que había logrado desentrañar sus orígenes en sus playas, otro hallaba una prueba tangible de que había estado allí.
Nadie lograba reivindicar para sí mismo esas tierras. Nadie lograba dar con un antecesor lo suficientemente importante, extendido y memorable como para enrostrarlo a los demás.
Parece haber sido un lugar de reunión, de naufragios múltiples o de fiestas o misterios variopintos.
"En el Principio no hay lugar para la Historia. Sólo para historias" - escribió sobre una roca un viajero. Y estaba fundando uno de los templos para Rosagrís.
Del Tesoro Errante de Rosagrís.
Publicado por Raúl Alberto Ceruti el 24 de noviembre de 2011.
Del "Cuaderno de Estratagemas" del General Trapisondae.
El General Trapisondae no tuvo a su cargo, que se conozca, ninguna misión militar. Sin embargo, dejó una serie de anotaciones sobre posibles formas de vencer al enemigo, que llegaron a ser muy famosas en el siglo XVI, reunidas bajo el rótulo común de “Cuaderno de Estratagemas”, serie de consejos, ideas y apuntes para obtener la “pérdida o consternación de los ejércitos", algunos de cuyos apuntes se reproducen aquí:
- Cambiar de lugar los brazos de los soldados para desorientar al enemigo respecto de la izquierda y la derecha, y hasta respecto de su propia ubicación en el campo de batalla.
- Arrojar decolorantes sobre los blasones y banderas enemigas, echarles tintes blancos y salir a negociar la así declarada rendición.
- Construir una réplica en ruinas de la ciudad principal a la entrada de la ciudad, a fin de disuadir respecto de la utilidad de cualquier saqueo, despojo o dominación.
- Disfrazar a nuestros soldados de piezas blancas de ajedrez y dejarlos inmovilizados en perfecto orden de juego. El enemigo no podrá avanzar si no damos el primer paso cada vez.
- Dibujar en el campo de batalla una reproducción de la aldea del enemigo, para que no puedan pisotearla ni despreciarla ni hacer derramar la sangre sobre él.
- Poner a nuestros soldados a desayunar a toda hora, a fin de que el enemigo pierda de vista el momento del día en que se encuentra y no pueda proyectar estrategias en su transcurso.
- Hacer circular anuncios, leyendas e historias acerca de quienes atravesaron cierta llanura, se atrevieron a cierto valle, atacaron por cierta colina, todos los cuales pertenecen o llevan a la ciudad que se pretende defender, a fin de inhibir el paso por dicha llanura, dicho valle o dicha colina, quedándoles sólo la alternativa de atacar por un desfiladero.
- Obligar al enemigo a la realización de tareas inacabables, como contar los granos de arena de una vasija, o establecer la cantidad de nudos de un tejido, como claves secretas de sus instalaciones y disposiciones.
- Pintar los árboles, las piedras y montañas de negro a fin de que durante las noches choquen contra ellos y no puedan avanzar.
- Utilizar espadas que posean un repicador, a fin de que por cada golpe se escuchen dos.
- Afinar las campanas en el mismo tono en que estén afinados los cascos de los enemigos, a fin de hacerles vibrar sus cabezas cada vez con mayor violencia a medida que se acerquen a la fortaleza.
- Multiplicar los pretendientes al trono enemigo mediante falsas genealogías, oráculos y predestinaciones, a fin de que no puedan saber de quién deben recibir órdenes.
- Colocar un enorme espejo en las murallas, de forma tal de que a larga distancia puedan ver que la defensa se prepara al menos con una cantidad igual de efectivos. Colocar en los extremos otros espejos que redoblen los reflejos, a fin de hacer ver aún mayor cantidad de efectivos.
- Ubicar un soldado de uniforme amarillo cada diez de uniforme rojo, a fin de hacer perder la cuenta a los adversarios, simplemente cambiando de lugar a los amarillos.
- Colocar arcos de triunfo en las salidas de la ciudad, a fin de que las tropas enemigas se lancen a través de ellos y se vayan.
- Utilizar uniformes extraños y fingir que se está atacando la misma ciudad al mismo tiempo en que se espera que el enemigo la acometa, a fin de confundirlo y hacerlo desistir de avanzar sobre una ciudad parcial o totalmente saqueada.
- Aguardar el ataque con un comité de recepción y fiestas de despedida, consternando los ímpetus bélicos, y obligándolos moralmente a retirarse.
- Desarmar todos los accesos, puentes, puertas, rutas y caminos hacia la ciudad, en piezas de difíciles rompecabezas, a fin de retardar el avance de las filas enemigas.
- En el campo de batalla poner un estadio. Y llenarlos de público al momento de la acometida, a fin de convertir a la guerra en una justa, y someter al enemigo al pánico escénico.
- Llevar bolsas con sangre de vaca en lugares expuestos de las armaduras, con el fin de hacer creer que el golpe de espada ha sido certero, y dar la posibilidad al golpeado de contraatacar con mayor dureza.
- Llevar la pelea al cementerio, de forma tal de confundir los cadáveres preexistentes con las víctimas de propios y extraños, agudizando la necesidad de terminar con el ataque por evidencia de desmesura.
- Esparcir por el campo de batalla hierbas, frutos y granos tan deliciosos, frescos y delicados que inhiban a los soldados enemigos a violentarlas, midiendo por ello cada uno de sus movimientos, haciéndolos pesados y previsibles.
- Colocar exactamente el mismo diseño de cúpula en varios edificios de la ciudad, a lo largo de todo su perímetro, de forma tal de hacer creer al que se guía por ellas, que se encuentra caminando en círculos, obligándolo a cambiar la marcha.
- En todas las entradas de la ciudad, colocar números de baile y músicos depresivos, a fin de minar la moral de quienes tengan intenciones contra ella.
- Llevar la batalla a la sala de baile, obligando a los soldados a mantener el ritmo y seguir el paso de acuerdo a lo que toque la orquesta, formada por los mejores estrategas del reino.
- Llevar monedas en lugar de botones en las chaquetas militares, de modo que se tenga más interés en su preservación que en la muerte de quien los porta, y ante la eventual caída de una de ellas en un choque frontal, obligar a los enemigos a recorgerlas, perdiendo en ello un tiempo valioso y bajando la guardia durante el tiempo necesario para ser contraatacados.
- Antes que nada, instruir a los soldados para que corten la lengua, no los brazos de sus enemigos, a fin de que cese su bravura al no poder contársela a nadie.
- Montar un ejércitos de zapadores / enterradores, armados sólo con sus palas, a fin de infundir terror en las filas enemigas.
- Dejar grandes claros vacíos en el campo de batalla, con el terreno marcado suficientemente bien, y sobre los que luego arrojar una pelota.
- Llegar al campo de batalla una vez terminada la pelea, para saber quién ganó.
- Publicado por Raúl Ceruti el 24 de septiembre de 2011.
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