Todo comenzó, te dirán, inmediatamente antes de la exposición de un sociólogo francés en el colegio de Pálpita. Se había hallado una figurita y se convocó a un Seminario Internacional para dirimir si correspondía o no a la chica de enfrente, a la que el Gordo Túnez se la habia dedicado con un beso, pero que ella rechazó con un gesto desdeñoso. Había registro de que antes de perderse, la figurita había caído en el jardín de López. Y otros registros indicaban que era faltante en el álbum de Gutierrez. No faltaban quienes habían registrado la compra de la figurita en el bar de San Alfonso.
Finalmente, durante el Seminario Internacional de Bolita sin Arco se acordó que la densidad de la miga de pan en el centro de la baguette era directamente proporcional a la altura de la feta del queso. Y se lo demostraba indicando el crecimiento en el nivel de ventas de lechuga durante el decrecimiento de la cantidad de vueltas de la cuchara de café, permaneciendo constante el número de veces que se unta una tostada durante las mañanas de invierno.
Así, Barrassi, vendedor de "cebollitas para empanadas" salió a la calle a fin de reducir la concentración de comino en las milanesas del vidriero. Para eso, necesitaba hacer un estudio de mercado.
Barrassi como estudioso de mercado llevaba un sobretodo negro y gastado, una libreta de anotaciones y un escarbadiente. El sobretodo en la mano, la libreta colgada del cuello y el escarbadiente detrás de la oreja. Te abordaba de improviso en medio de la calle y te sometía a preguntas del tipo: "¿Qué marca de lavarropa tiene en su casa? "¿Ha comido comida china en los últimos 32 días?" "Tiene auto con palanca de cambio automática?". Todo era puntillosamente anotado y recordado en su memoria prodigiosa. Datos, gestos, señas, elusiones, alusiones, sugerencias... Hasta que se encontró con él. El muchacho que vendía espinaca, que se hacía pasar por inspector de colesterolemia. A todo el que encontrara por la calle, lo sometía a un reguero de estudios, tests de Kupermint y mediciones de nivel de azúcar en el té de rosa mosqueta.
Cuando Barrassi abrió los folios de su encuesta y Druvaldi desplegó su batería de tests, tuvo lugar uno de los duelos más impresionantes en la historia de las molestias ambulantes de Rosagrís.
Barrassi, viéndose acorralado, atinó a la defensa ad hominem y le espetó: "Usted no es el falso inspector Druvaldi. Usted es verdaderamente un inspector".
"Se equivoca - contestó pacientemente el interpelado, mientras agitaba un tubo de ensayo en el que tenía dos gotas de la lluvia de marzo sobre el pelo de Lucy - Mi nombre no es Druvaldi." - y diciendo esto, dejó caer un reactivo sobre la uña del dedo gordo de Barrassi y dio comienzo una violenta trifulca en la que intervino el tribunal de cuentas, la asociación cooperadora y el comité de bienvenida.
Desde entonces evitamos los registros en Rosagrís.
Las cosas son de quien las regala. Y los regalos son indisponibles.