Un grupo numeroso de manifestantes irrumpieron en horas de la noche en el día de ayer frente a las escalinatas del Palacio Mayor de Rosagrís, que ostentaba un enorme cartel "ya volvemos" de una de sus torres.
Al grito común y constante de "¡Queremos someternos!, ¡Queremos someternos!..." daban la vuelta manzana respetando los semáforos y acompañando a las personas mayores a cruzar la calle.
Alguno que propuso la idea de encadenarse a los pasamanos de la escalera fue inmediatamente reducido a su libertad por los compañeros que entendían que podía ser considerado un hecho ilícito.
Los "sometibles", así es como se dieron en llamar a través de sus declaraciones e inscripciones votivas, reclamaban normas para la dirección de la protesta, normas para la toma de la calle y de las escalinatas, normas para la efectiva realización de sus pedidos, y específicamente solicitaron cortez, suave, perfecta y pormenorizadamente ser alguna vez atendidos por sus gobernantes, quienes se limitaban a salir del territorio nacional sin dirigirles una sola palabra.
Todo ocurría con absoluta serenidad hasta que uno de los sometibles avanzó hacia la puerta al tiempo que alguien se retiraba del Palacio con aire displicente.
"No tengo nada que aclarar" - indicó, rematando con "No negociaremos con quienes se nos subordinan. Cualquier arreglo al que lleguemos será considerado como una imposición y nunca podrán cumplirlo cabalmente" - y agregó antes de confundirse con la multitud: "ya vuelvo". Como es lógico y natural, inmediatamente dichas estas palabras, bajaron del Palacio treinta miembros del Consejo en el Exilio a iniciar las tratativas sobre rumores infundados.
Uno de los ancianos que realizaba la vuelta manzana junto con el grupo de "sometibles" manifestó que él había conocido grandes años de entera dependencia, donde ninguna decisión dependía de su voluntad, y en la que podía transcurrir inocentemente echando la culpa de todo a los demás.
Un portavoz (efectivamente llevaba una cajita de donde salía una voz anónima e impersonal, que acompañaba con sus gestos) señaló que eran mayoría y que por lo tanto debían ser atendidos, incluso si la atención los perjudicara. Que en tanto mayoría tenían derecho a ser lo que quisieran, incluso ir en contra de su propia voluntad.
Alguien con un modestísimo bigote señaló los inconvenientes de la falta de sometimiento a la que estaban relegados e hizo hincapié sobre la imposibilidad de cohonestar deseo y deber.
Finalmente, una señora bajo un sombrero enorme lloraba arrepentida de haberlo comprado tan grande, que la incapacitaba para ver por encima de sus narices.
Nuevamente se unieron todos, exaltados, bajo el grito común de "¡queremos someternos!", grito que les era devuelto por el eco del hall central del Palacio, que para entonces ya se había abierto de par en par.
Una comunicación anónima, entonces, se dejó caer en forma de servilleta sobre el mosaico de la entrada principal. Lo recogieron, llamaron a silencio y dieron atenta lectura de él. Decía: "Ya estáis sometidos por el tiempo. Cada uno de vuestros sueños es definitivo".
Indignados, enardecidos, se agolparon en el interior del recinto, siguiendo las flechas inscriptas en sus paredes, e incorporándose por el Pasillo Principal hasta el Gran Salón de Deliberaciones.
A la puerta del salón, hallaron otra nota con la inscripción: "Estamos volviendo", colgada del picaporte. No les importó. Abrieron.
"Ah, volvieron..." - se escuchó decir a un señor, apoyado en su escoba, con la mirada fija en el piso. Y agregó, tirando la escoba y escapándose por una ventana: "Ya era hora. Gracias por dejarme salir."